sábado, 4 de febrero de 2012

5 - EGIPTO

Fueron los egipcios los primeros en dar sentido al término deporte tal y como lo entendemos en la actualidad o con diferencias no muy relevantes. En un principio se trataba de ejercitarse para la supervivencia, más tarde para la defensa de otros agentes que pudieran agredirles, luego la injerencia en asuntos externos y por fin el placer y consumo de las endorfinas almacenadas en épocas de bonanza.



De la tosca y corta lanza con pica de sílex al venablo que se arrojaba contra los animales en carrera, de aquella que servía para agredir al enemigo hasta la jabalina actual, posiblemente transcurrieran tantos siglos como entre las flechas del cazador ancestral a los modernos arcos fabricados con resinas sintéticas. Pero todo sirve, primero para mantenerse vivo en la región conquistada y luego de atravesar las históricas fases mencionadas, para vivir con calidad.



Aquellos H. Sapiens que salieron del Valle del Rift para dirigirse al norte, siguieron el curso del gran río de África, el Nilo, alma y cuerpo de “nuestra civilización” y del oasis que suponía tener buenas tierras de cultivo, agua y un clima templado siempre que se alejaran de los rigores y la aspereza del circundante desierto.



Un vergel definido por Herodoto[1] como “regalo del Nilo” y que daría sentido y forma de ver el mundo a sus habitantes, pero que tuvieron que adaptarse a él desde un principio.



….. acerca de este país discurrían ellos muy bien, en mi concepto; siendo así que salta a los ojos de cualquier atento observador, aunque jamás lo haya oído de antemano, que el Egipto es una especie de terreno postizo, y como un regalo del río mismo, no solo en aquella playa a donde arriban las naves griegas, sino aun en toda aquella región que en tres días de navegación se recorre más arriba de la laguna Meris …..



Al igual que Herodoto, Diodoro de Sicilia[2] cita las crecidas del Nilo como la fuente principal de riqueza agrícola y clave de la prosperidad de este pueblo:



……. el Nilo tiene especies de peces de todas clases e increíbles por su abundancia; a los nativos, no sólo les proporciona el abundante provecho de los recién capturados, sino que también les suministra una cantidad inagotable para la salazón. En general, en beneficios a los hombres, supera a todos los ríos del mundo habitado. Da comienzo a su desbordamiento a partir del solsticio de verano hasta el equinoccio de otoño y, aportando siempre nuevo limo, empapa por igual la tierra inculta, la sembrada y la plantada, tanto tiempo cuanto los agricultores del territorio quieran. Como el agua discurre mansamente, lo desvían fácilmente con pequeños diques y de nuevo lo reconducen cómodamente cortándolos cuando se cree que es conveniente. En general, proporciona tanta facilidad de ejecución a los trabajos y beneficios a los hombres que la mayoría de los agricultores, colocándose en los lugares ya secos de la tierra y lanzado la semilla, conducen por encima sus ganados y, pisoteando con ellos, vuelven para la siega después de cuatro o cinco meses y algunos, removiendo mínimamente con ligeros arados la superficie del territorio mojado, recogen montones de frutos sin mucho dispendio ni esfuerzo. En resumen, toda la agricultura se practica entre los otros pueblos con grandes gastos y fatigas y, sólo entre los egipcios, se recolecta con pequeñísimos dispendios y trabajos.



Y para finalizar con algunos de los sabios antiguos que se devanaron con Egipto, citaré al otro gran historiador que nos relató una historia y la cronología de los faraones: Manetón de Sebennito, sumo sacerdote de Serapis durante la dinastía ptolemaica en tiempo del soberano Ptolomeo II, que nos legó una Historia de Egipto en lengua griega, para desbravar a éstos, decía él. Pero solo se conservan fragmentos de la misma incrustados en la obra de otros autores, interesados las más de las veces en deformarla conforme a sus intereses, bien por nacionalismo o por religión (nada nuevo por otra parte). Así mismo se le atribuyen otras varias obras, nueve en total, puestas en duda por la historiografía moderna.



Todo aquel espacio dividido en dos: Alto Egipto desde Menfis hasta la primera catarata y que se dio en llamar “tierra de la cebada” en época faraónica. Y Bajo Egipto, entre Menfis y el mar Mediterráneo: el Delta. Dos reinos independientes unificados por Menes allá por el año 3050 antes de nuestra era, siendo el origen y punto de partida de las posteriores Dinastías. Este Menes fue arrollado y muerto por un hipopótamo y salvado por un cocodrilo. Anecdóticas cosas de héroes y dioses al cabo.



Pero todo había comenzado siglo y medio antes en las ciudades de Nején en el Alto Egipto (“fortaleza”) llamada Hieracómpolis en griego, y Buto en el Delta. Más que dos ciudades aisladas o proto-ciudades estado, eran una unificación de pueblos de un mismo entorno. El caso es que hacia el 3200 a.n.e. y en un proceso de unificación política (o religiosa) no muy bien conocido en la actualidad, se convirtió en un estado unificado bajo el mando del “Señor de las dos Tierras” asentando prontamente la capitalidad en Menfis, donde un monarca “teocrático” rigió los destinos del país previa conversión en faraón “hijo de Re” o dios Sol.



Simplificando muchísimo y como no es propósito de esta líneas hacer un exhaustivo repaso a la Historia de este pueblo, podemos afirmar equivocándonos poco que la civilización de la que hablo se desarrolló entre la primera catarata del Nilo y el Delta en el Mediterráneo. Ochocientos kilómetros metro arriba kilómetro abajo.



En definitiva, el Nilo marcó la vida de los lugareños desde tiempo inmemorial haciéndoles dependientes en grado absoluto y más que nada porque necesitaban comer y eran inminente mente agrícolas, que se vive mejor y en mayor número de la agricultura que de lo que se pueda cazar por las zonas boscosas. Así pues, cuando se producía la inundación, a verlas pasar y cuando bajaba el nivel, pues a repartir el lodo y hacer huertos y a plantar y a recolectar y a pagar impuestos a los dioses que eran buenos y les traían el agua.



Desde un principio convivieron las elites privilegiadas con el sistema faraónico y con un pueblo que como siempre pagaba las cerámicas que se iban rompiendo, alternándose las épocas de bonanza y escasez que aún no se llamaban crisis, aunque albergaban ya los mismos elementos desestabilizadores: la codicia, el gusto por el fasto y la ostentación, la precariedad de la vida del peón de brega, las hambrunas y las tormentas, los lujos otra vez, el despotismo y la tiranía, las desigualdades y así hasta el infinito llegando a los tiempos actuales. Pero esa es otra Historia.



Como de tontos tenían nada más que lo imprescindible, pronto se dieron cuenta que esta inundación venía más o menos cada 365 días y confeccionaron un calendario basado en las crecidas, que llenaban de lodo los campos y borraban límites y senderos para lo cual empezaron a darle vueltas a la geometría y a las matemáticas, a los pictogramas importados de Sumer, a la astrología y algún que otro dios y mito. A favor de todo esto estuvo también la soledad. Al norte el Mediterráneo, al sur la nada continental, al este el Mar Rojo y al oeste el desierto (aunque no siempre fue tal). No tenían enemigos declarados más que ellos mismos.









[1] Historia. Libro 2. El Logos Egipcio. Págs. 189 y ss. Ed. Cátedra. Madrid 2008



[2] Diodoro Sículo, BH I,36,1-12. [Versión de F. Parreu (ed.), Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Libros I-III. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid 2001, pp. 215-218.

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