Aquí entramos de lleno en el mundo de los helenos pues la misma palabra deriva del griego: mythos (μῦθος) y según nuestro Diccionario de la Lengua es aquella “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”. Añadiría yo: lejos de cualquier atisbo de la razón.
Es decir, si queremos que el mito adquiera todo el carácter didáctico para el que nació, debemos despojarnos de la mínima presunción de razonamiento. La mitología griega evoluciona con el fin de inculcar a sus ciudadanos una educación basada en personajes maravillosos y sobrenaturales ejecutando hazañas extraordinarias.
Los egipcios crean a sus dioses a su imagen y semejanza y los griegos pretenden que los hombres imiten a sus dioses, que de algún modo se vean reflejados en ellos. Modificarlo todo para que nada cambie. Los mitos son el cimiento de cualquier cultura sobre el que se apoya la posterior religión.
Aunque sigan vigentes en la actualidad y muchas instituciones poderosas que mueven el mundo, no tengan interés en ese cambio, ya en la antigüedad se cuestionaban muchos asertos de la mitología y así fue como nació la escuela de Mileto, encabezada por Tales del mismo sitio, el primero de los siete sabios griegos, padre de la filosofía y maestro de Anaxágoras, Pitágoras, Anaximandro, etc., etc.
El tal Tales de Mileto (a quien profeso reverencia) tuvo que ser un buen escéptico para darse a observar los fenómenos de la naturaleza y a buscar sus causas al margen de los dictados de los dioses. Y así entre otras cosas maravillosas, fue capaz de predecir un eclipse de sol en el 585 a.n.e. Y si esto, visto con ojos actuales puede parecernos vulgar o carente de importancia, debemos recordar que entre los pueblos primitivos – y no tanto – producía pavor. Sin más, los griegos de los años de Sócrates aun temían o reverenciaban esos portentos y uno de los motivos del desastre de Atenas en Sicilia, vino de la mano de un eclipse y de un general timorato: Nicias, que junto a Lámaco y el depravado e innoble Alcibíades, fueron los tres generales de la mencionada expedición, que marcaría el declive del imperio ateniense.
Pero Tales de Mileto no se cansó, siguió impartiendo lecciones magistrales y se topó con un alumno que acabaría siendo el primer agnóstico: Anaxágoras, que revolucionó el cotarro hasta el punto de tener que exilarse de la gloriosa y brillante Atenas, para que no le condenaran a muerte; muerte que el mismo se proporcionó si se hace caso a la leyenda que dice se dejó morir de hambre. Pero antes de eso, tuvo discípulos de la clase u categoría de Pericles, Protágoras, Eurípides y el mismo Sócrates. Casi nada.
Pero antes que todos ellos, tenemos a Hesíodo, personaje al que todos los historiadores hacen referencia y que viene a colación – ni más ni menos – por haber sido la primera persona que puso en orden y concierto el mítico Panteón Griego. Considerado el primer poeta helénico, nació aproximadamente en el 700 a.n.e., cerca de Tebas, en una mísera aldea al pie del Helicón: “Ascra[1], mala en invierno, irresistible en verano y nunca buena”. Escribió tres libros: La Teogonía (imprescindible para los dioses y los hombres), El Escudo de Heracles y Los Trabajos y los Días, en la que trató de aleccionar a su vago y díscolo hermano.
Más adelante veremos cómo fue Tebas donde se inventó la escritura helena o mejor, la ciudad a donde fue exportado el alfabeto fenicio al ser fundada por Cadmo, hermano de Europa. Y si hemos de ser más prosaicos, a la que arribó un comerciante levantino que a la postre se convertiría en el padre de Hesíodo. Pero vayamos por partes.
El deporte en la Hélade nació directamente alrededor de los templos y las ceremonias religiosas habidas para ensalzar los constructos humanos llamados dioses. Y como los helenos eran belicosos a más no poder, las manifestaciones físicas que los mejores y más habilidosos hacían de sus cualidades guerreras acabaron por derivar en lo que podríamos llamar “deporte”. Los griegos, que importaron estas prácticas – como tantas otras cosas – de los egipcios, lo que hicieron fue perfeccionarlas para deleite de sus dioses durante sus festivales y ponerles más y mejores reglas, estableciendo lo que hoy podemos denominar como deporte de competición.
Tampoco es que vayamos a bajar aquí a todos los dioses del Olimpo, pero hay muchos que merecen la pena ser recordados, así como los héroes, nacidos casi siempre al amparo de los amoríos de una mujer y un dios, me hacen pensar casi con toda probabilidad de equivocarme, que dado que los griegos estaban siempre atareados en guerras internas o externas, sus esposas eran visitadas por el dios de turno y desconsoladas o medio viudas ellas ¿podían hacer algo mejor que consolarse? Más tarde se elaboró una figura en forma de paloma que hacía lo mismo, misteriosa e intangible de igual modo.
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