domingo, 11 de marzo de 2012

9.- Otra gran civilización: Creta (Aproximación)

Creta es una isla y aunque parezca una obviedad hay que hacerlo patente pues mucha gente lo desconoce y les lleva a cometer infinidad de errores y algún que otro horror. Cuando de críos saltábamos un amplio río, lo hacíamos pisando una o varias piedras situadas en el agua. La cultura hizo la misma transición entre Egipto y Grecia: El Delta, Creta, Citera y el Peloponeso.


La Civilización Minoica – también así llamada en honor del rey Minos – se caracterizó por muchas cosas, entre las que destaca la construcción de los famosos palacios de Cnoso y alrededores.


No tenían murallas defensivas ni algo que pudiera semejar a las ciclópeas que había en Micenas o Tirinto, por ejemplo. Pero para rizar un poco más el rizo, tampoco fueron encontradas armas de la época y se cree que las riendas del poder estaban en manos de las mujeres, teoría basada en la paz y en la aparición de una estatuilla en el lugar más sacro del palacio de Cnoso, la “tesorería”. Es una dama con dos serpientes en las manos, el pecho descubierto y grandes ojos escrutadores: La “Señora de las Fieras”. Quizá un símbolo de la fertilidad o un ídolo. En cualquier caso, es el retrato de esta pacífica civilización y la única deidad antropomórfica de la isla, que nos recuerda mucho a la sumeria Inanna o a la babilónica Ishtar, a la fenicia Astarté, o a la griega Afrodita / Kýpris.


Hasta que llegó Zeus, no tenían otros dioses que los de la naturaleza. No tenían más santuarios que algunas cuevas y el reparto de tierras entre sus habitantes era procurado por sus reyes de forma bastante equitativa. Tampoco tenían esclavos y habitaban en las llanuras, sin fortificaciones. Estaban avocados a finalizar invadidos por otros más hambrientos o más codiciosos y como desde siempre hubo trasiego de helenos hacia abajo y egipcios hacia arriba, pues eso, allá por el 1600 a.n.e., todo tocaba a su fin.


Bernardo Souvirón[1] en su segundo libro (el primero fue “Mujer de Aire”) nos relata con su peculiar, poético e inconfundible estilo, el nacimiento de la civilización Griega tomando como punto de partida Creta y la cultura allí desarrollada entre el año 2000 y 1600 a.n.e. Si un sabio lo dice a mí no me queda más remedio que suscribir punto por punto sus asertos y sin la más pequeña matización, para eso soy medio analfabeto.


El introducir en este modesto escrito a Creta y su significado para Occidente y el mundo del deporte, es porque considero a su civilización y a la isla como el puente de entrada a Grecia y el nexo del trasiego ideológico, social o de usos y maneras y demás cosas, entre Egipto y el continente, así como de todo aquello que acontecía en el Mediterráneo Oriental en los convulsos tiempos que fueron entre el 2500 al 1500 a.n.e. Empero las aportaciones de esta Civilización al mundo del deporte, a mi modesto entender, son más bien escasas. Si acaso la práctica del boxeo y el salto del potro (en su caso del toro) y poco más.


Si sabemos del boxeo es por un fresco descubierto a mitad del siglo pasado en el yacimiento arqueológico de Akrotiri por Spyridon Marinatos (Isla de Santorini, antigua Tera, desaparecida en gran parte por una erupción volcánica allá por el 1620 a.n.e) donde se aprecia la lucha de dos jóvenes provistos de guantes y atizándose mutuamente. Tiene una dimensiones de 0.94 metros de ancho y 2,75 metros de altura.


En cuanto al salto de toro (taurocatapsia), arraigado más con los ritos religiosos y con las culturas de Sumer, Egipto y Levante (Siria, Palestina, etc.), es una constante en toda la isla y en el nacimiento de su cultura de la que hablaré seguido para introducirnos un poco en la mitología, los mitos y la gran Grecia.


Personalmente pienso que los saltadores de toros eran personas en buena o muy buena forma física, que arriesgaban su vida para deleite de los demás, afrontando a un toro más o menos bravo durante una festividad y que apoyando sus manos en los cuernos aprovechaba la fuerza del animal para saltar sobre él y caer a toro pasado (nunca mejor dicho). La gracia estaría en salir vivo del encuentro. Como lo que hacen los “forçados” actuales.


Hay otro fresco, este hallado en Cnoso, representando a un hombre que se agarra a un toro, otro patas arriba y manos en los lomos del mismo animal y otro(a) en la parte trasera (78,2 cm de alto y 104,5 cm de ancho). Como si fuera la diapositiva de un acróbata en tres pasos o uno que salta y dos que ayudan. En fin, a interpretar que no dejaron escrito nada al respecto. Pero los arqueólogos dicen que era muy corriente en aquellos pagos y en aquellos tiempos, antes y después de que Tera se deshiciera en añicos.


Dicho esto, debo añadir que deporte… más bien poco. Que los admiradores de la tauromaquia vean en estos ritos el fundamento de lo que dan en llamar fiesta nacional española, no solo me parece descabellado sino que una aberración. Pero para no levantar animadversión solo en la parte de toreros y admiradoras, tampoco me parece deporte el automovilismo en ninguna de sus acepciones, ni el motociclismo tampoco. Son elementos plásticos de la publicidad. Nada más.


Un poco como el primer Egipto en mitad del desierto que solo tenía enemigos naturales. Creta estaba en mitad del Egeo, entre Grecia y Egipto y un tanto apartada de las primeras rutas comerciales y por tanto de fuentes problemáticas. Aquellas que iban y venían del Paraíso Terrenal comprendido entre el Eúfrates y el Tigris por una parte y el Paraíso Acuático del Delta del Nilo.


Los cretenses permanecieron en paz y gracia de los dioses hasta que llegaron los aqueos, que son los culpables – o al menos se les culpa, que es otra cosa – de casi todas las maldades de la edad de bronce, con sus armas y sus dioses y sus costumbres. Se adueñaron de la isla y para justificar su conducta hicieron que en ella se criara Zeus y diera comienzo todo para nosotros.









[1] Hijos de Homero. Alianza Editorial. Madrid 2006. Págs. 33 y ss.

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