Las batallas y/o guerras de antaño eran tan crueles como las actuales, es una materia que solo ha sufrido cambios estructurales y de material pero no la esencia de las misma. Creo que cuando el primate descubre que con un tronco o un hueso, puede agredir a un igual e incluso a un superior y salir airoso del trance, acaba de descubrir la propiedad privada y rápidamente se da cuenta que cuanto más cruel y sanguinario se muestre, mayor es el miedo que infringe y el éxito de su operación. A partir de ahí, solo incrementar el número de efectivos y ayudarse del terror para que no se produzcan tantas bajas sobretodo en su ejército. Avanzado el tiempo halla la justificación con sus deidades y entonces nada por lo qué preocuparse pues sus dioses eran más crueles y vengativos que ellos.
Las ciudades estado de la antigüedad (Sumeria, Egipto, Media, Persia, etc…) y por extensión las “polis” griegas, hacían la guerra entre ellas como una actividad más, algo cultural que les confería carácter amén de bienes de consumo y esclavos. Debían por tanto prepararse para la misma, transformándose así el entrenamiento para superar al vecino en el deporte exhibido en el entorno de los templos como una manifestación religiosa más. Veremos más adelante como la ciudad de Esparta es el epítome a tal efecto. Era pues algo normal y la paz un intermedio de alianzas, pactos, coaliciones y vuelta a empezar.
Hagamos abstracción de las imágenes que nos proporcionan las películas “de romanos” y retrocedamos dos mil quinientos (o cinco mil) años en la Historia, para meternos en una batalla donde los que combatían en primera línea eran los nobles y señores de la guerra, los excelentes, en la Hélade los “aristoi”, estos a quienes actualmente denominamos “jefes”, tan alejados de las batallas que las más de las veces ni aparecen por el campo al que siempre van de carne de cañón los mismos.
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